domingo, julio 02, 2006


(…) Y había una cosa más que Momo no acababa de entender. Había empezado hacía
muy poco. Cada vez era más frecuente que los niños trajeran toda clase de
juguetes con los que no se podía jugar de verdad, como, por ejemplo, un tanque
de mando a distancia, que se podía hacer dar vueltas, pero que no servía para
nada más. O un cohete espacial, que daba vueltas alrededor de una torre, pero
con el que no se podía hacer nada más. O un pequeño robot, que se paseaba con
los ojos encendidos y giraba la cabeza a uno y otro lado, pero que no se podía
aprovechar para nada más.
Está claro que eran juguetes muy caros, como nunca
los habían tenido los amigos de Momo, y no digamos la propia Momo. Sobre todo,
esas cosas eran tan perfectas hasta el menor detalle, que uno no se podía
imaginar nada. De modo que los niños se sentaban durante horas y miraban atengos
y, al mismo tiemop aburridos, una de esas cosas que corría por ahí, daba vueltas
o se paseaba, pero no se les ocurría nada. Por eso acababan volviendo a sus
viejos juegos, para los que les bastaban un par de cajas, un mantel roto o un
puñado de guijarros. Entonces podían imaginárselo todo. (…)

El mejor juguete para un niño, es sin duda la imaginación.

1 comentario:

Iréz dijo...

Todo en esta vida es imaginación, sin ella estamos perdidos. Me acuerdo como jugaba yo en mi cuarto con simples muñecos, y mi imaginación por medio...afuf.

Yo tengo la película de Momo, pero no sabia que habia libro. Ya lo buscaré, y te contaré.